Los cotilleos de Mirene: La redención de Doriand en Kakariko
¡Hola hola! Soy Mirene, la mujer que más sabe de todo el territorio de Hyrule. Seguramente ya os habréis cruzado conmigo en la ciudadela de Gerudo, pero si no lo habéis hecho… ¡no hace falta que lo hagáis! A no ser que tengáis nuevos y jugosos cotilleos que explicarme, porque últimamente ando algo corta de ellos.
Aunque el héroe de la leyenda ha vuelto a despertar, el mundo sigue vivo y pasan cosas mucho más interesantes que explicar la libertad que ofrece Hyrule, la capacidad de exploración como jugador o lo poco que importa Link en esta historia. Mirene os va a explicar en las siguientes linias lo que os estáis perdiendo mientras os entretenéis en hacer el cafre.
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Mi primer objetivo ha sido Kakariko, una pequeña aldea habitada por una especie de ninjas llamados sheikah. Como en todos los sitios, hay gente aburrida que solo se dedica a decir que qué quiero comprar, o si quiero una cama normal o cómoda. Ese tipo de gente es la que debemos evitar porque no aportan nada interesante. De hecho, le dejé uno de mis libros a la dependienta de la tienda de la ropa para que así aprendiera a decir otras palabras.
Después de indagar un poco en sus habitantes, uno de ellos me llamó mucho la atención. Él estaba sentado con sus hijas explicándoles una historia. Tuve una gran curiosidad por ellos y me acerqué sigilosamente para escuchar de qué hablaban. Creía que no me estaban viendo, pero de repente el hombre se levantó y desenfundó su arma preparado para atacar, pero frenó su acometida al verme. Yo, asustada, no dije palabra alguna, pero él rompió el silencio diciendo «Pensaba que eras uno de ellos otra vez…». ¿Otra vez?, ¿a qué se refería con ello?
En mi afán por descubrirlo, pregunté y me interesé por ellos. El hombre se llamaba Doriand y aquellas dos pequeñajas eran Koko y Rika, siendo la primera la mayor. Doriand me explicó que era un guardia de Impa, la sheikah que controlaba todo el cotarro. No obstante, esa mujer no me importaba. Ni tampoco su niñera que tiene una papaya tatuada en una nalga.
Esta pequeña família me explicó que contaban historias justo debajo de ese árbol porqué era donde las solía contar su madre. Intuí entonces que había muerto. Y eso había que investigarlo, pero antes debía ganarme su confianza.
Doriand siempre les explicaba el orígen del guardián de Kakariko, el cual habita en un bosque cercano a un santuario que hay en la colina, aunque yo solo vi a una mano que me pedía dinero… ¡Obviamente no solté ni una rupia!
No quise molestar más al padre de las niñas y hablé con la pequeña. A Rika le encantaba esa historia. Su inocencia le permitía creer que la voz que emitia la guardiana de la aldea era su madre, así que cuando a Doriand le tocó el cambio de guardia, acompañé a Rika a esperar a su madre. De camino me explicó que a ella le encanta jugar al pilla pilla o al escondite, pero por las mañanas siempre estaba ocupada jugando con su madre y espera que algún día llegue de ese bosque… Pobrecilla.
Aunque acabé emocionalmente destrozada, mi sexto sentido detectó a Koko corriendo hacia algún lugar y decidí dejar a Rika sola para seguir a su hermana. Corrí rápidamente y vi como se adentraba en un sendero que no había visto antes. De camino noté que unas gotas caían del cielo, pero ni siquiera la lluvia podía impedirme enterarme de qué estaba ocurriendo en esta familia.
La fiereza de las gotas de la lluvia aumentaban en cada paso, pero Koko no se detuvo y yo tenía que descubrir hacía donde iba. Llegamos a un lugar en el que había un montón de piedras de diferentes tamaños y, de pronto, escuché un lamento. Una gota fría recorrió todo mi cuerpo de arriba a abajo. La gota más fría que había sentido nunca. Koko estaba llorando.
Mi intuición cotilletesca me dijo que todas esas piedras eran en realidad lápidas. Y en una de ellas yacía la madre de las pequeñas. Poco a poco me acerqué a Koko y le pregunté que qué hacía aquí con la que estaba cayendo. Ella me respondió que cada mañana iba al cementerio a ver a su madre para que Rika no la viese llorar.
Inmediatamente entendí que Koko había tenido que madurar mucho más rápido por la prematura muerte de su madre, teniendo que esconderse para no mostrar debilidad ante su hermana. Aquella chica tenía un gran coraje. Le ofrecí refugiarnos en algún lugar para seguir charlando, pero su respuesta me impactó:
En ese momento entendí que a ella también la debía dejar sola y fui a ver a su padre. ¿Sabía Doriand lo que hacían sus pequeñas?
Aún llovía y fui a su puesto de guardia. Su rostro transmitía preocupación e inseguridad, algo me estaba ocultando y debía descubrirlo. Cuando me vio de donde venía, inmediatamente su cara cambió, como si él ya supiese lo que hacía Koko por las mañanas. Debía ganarme su confianza.
Estuvimos charlando un buen rato. Uno de los datos más interesantes que dijo fue que sus trajes están diseñados con una alta tecnología sheikah para no atraer los rayos y tampoco se mojaba. Este último atributo ahora ya no era necesario, la lluvia paró de golpe y vi a Koko y Rika corretear y saludar a su padre. Un momento muy tierno, pero no hay que olvidar a lo que hemos venido… ¡COTILLEAR!
La pequeña de la familia me pidió que jugara con ella. Al principio no tenía demasiadas ganas, mi amor por los niños no es que sea demasiado grande, pero son mucho más fáciles para sonsacar información y una oportunidad perfecta para ganarme más aún la confianza de Doriand.
Jugamos al escondite porqué a ella le gustaba mucho. Y enseguida entendí el por qué. Cuando cerré los ojos para empezar a contar, escuché como los pasos de Rika se alejaban rápidamente de mí. Estuve toda la tarde para encontrarla, no porqué no supiese donde estaba, sino porque aproveché esos instantes para enterarme de un cotilleo muy jugoso que escribiré en mi próximo libro. La juguetona estaba escondida al lado de la tienda de hortalizas varias.
Acompañé a Rika a ver a su hermana Koko porqué ya era la hora de la cena. De camino, la pequeña me explicaba que su hermana mayor cocinaba muy bien, tanto como lo hacía su madre. Al llegar allí entendí el significado de esto. Koko tenía un libro de recetas ajado y viejo en la mesa. Dicen que la comida y la música son capaces de rememorar momentos pasados, así que supongo que esta era la mejor manera de mantener viva la memoria de su madre.
Cuando acabamos de cenar, Doriand me pidió si las podía llevar a su casa para dormirlas, ya que a él aún le quedaban unas horas de guardia y así se quedaba más tranquilo. Era una oportunidad perfecta para que me contasen algo relacionado con el secreto de su padre.
Ellas me pidieron si les podía explicar una gran historia. Una historia decían. ¡JA! Con la de cotilleos que sé, ¿creían de verdad que les iba a explicar alguna? Cuentos realmente no me sabía ninguno, pero improvisar se me da realmente bien. Tan bien se me dio que escribo en esta misma entrada lo que les expliqué:
En los tiempos en los que Hyrule brillaba en todo su esplendor, las calles estaban abarrotadas de gente y los comercios gritaban a viva voz para vender su cosecha, dos pequeñas sheikah recorrían el paseo principal. Estas chicas destacaban por sus extraordinarios atuendos, los cuales habían sido diseñados por un gran sastre llamado Reikah, el padre de las pequeñas. La mayor cuidaba mucho de la pequeña porqué su padre no tenía tiempo para ellas. Su madre, por otro lado, nunca podía estar con ellas porqué trabajaba en un lugar muy lejano.
Reikah siempre llegaba muy tarde de trabajar, así que no tenía tiempo para ellas. Lo que no sabían las niñas es que su padre escondía un secreto que no podía rebelar a nadie, pero la mayor, que era muuuuuuy lista lo sabía todo.
Cuando volví a echar un vistazo a la cama de las niñas, me fijé que Rika ya se había quedado dormida, pero Koko aún seguía despierta. Lo había conseguido. Por si no te habías enterado, mi mente maravillosa había inventado una historia similar a la suya para poder empatizar con ellas. Naturalmente la hermana pequeña cayó rendida por el cuento, pero la mayor se quedó pensativa.
¿Qué pasa Koko, no te gusta la historia? – le pregunté. No recibí respuesta alguna, o almenos inmediata, ya que al poco rato soltó prenda. Me explicó que su padre discutía a menudo con su madre por sus salidas nocturnas. Ella lloraba y le pedía que dejase de ir a algún sitio porqué ponía en peligro a su hermana y a ella. Koko, a medida que me iba explicando, parecía cada vez más acongojada. Hasta que me abrazó con tal fuerza que empezó a llorar.
La pequeña estaba soportando una carga innecesaria. Tenía que proteger a su hermana de algo que ella desconocía y, a la vez, ejercer de madre para que Rika pudiese vivir una vida feliz. Al poco rato de estar abrazada, la pequeña se fue a dormir, mucho más tranquila. Parecía que por fin se había liberado de ello. Durante ese rato, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, pero mi mente ya pensaba en qué preguntarle a su padre para descubrir su secreto.
Doriand llegó de su guardia, las niñas dormían y yo quería descubrir ese gran secreto. «Gracias por cuidar de ellas, desde la muerte de su madre casi que no puedo estar con ellas» – dijo Doriand mientras se acercaba a mí. En ese momento me hice la loca para preguntarle por su mujer, pero esquivó mi pregunta mientras me invitaba a salir. Defraudada me dirigí a la puerta, pero instantes antes de hacerlo unos golpes repicaron sobre la madera.
Doriand se levantó rápidamente de la silla, alertado. Abrí la puerta igualmente, pero no era más que un viajero. Preguntó en qué lugar estaba la posada, así que le acompañé ya que me dirigía hacia allí para pasar la noche. El preocupado padre me dijo de ir también, a lo que tuve que denegar su propuesta para que se quedase vigilando a las niñas.
En mi afán por saber más de ese chico, le pregunté de donde venía. «De Hatelia, querida» – contestó. Una respuesta un tanto extraña, ya que su acento de las desértica región de Gerudo era más que evidente, pero no le di importáncia hasta que a medio camino me pidió desviarnos para recoger unos extraños plátanos que estaban ahí tirados.
Mientras se dirigía a recogerlos, una extraña risa empezó a romper el silencio de una Kakariko en penumbra. Cuando los tuvo en su mano, me miró y dijo: «Doriand pagará su traición con tu vida, querida». Su rostro empezó a derretirse lentamente hasta descubrir una máscara con un símbolo sheikah del revés.
El hombre se abalanzó hacia mí con presteza, pero, queridos cotillas, cuando debes viajar debes saber luchar. Desenvainé rápidamente mi espada para rechazar su ataque, pero cuando mi golpe se dirigía hacia él, desapareció con una bomba de humo.
¡Encima tuyo! – exclamó la inconfundible voz de Doriand. Reaccioné con rapidez para esquivar su ataque áereo, técnica que le dejó expuesto el tiempo suficiente para propinarle un duro golpe en la colleja y dejarlo desarmado. El hombre se volvió a poner de pie, pero esta vez para escapar. No es por hacerme la dura, pero los centaleones son mucho peores.
Envainé mi espada y me dirigí a la casa de Doriand, me debía explicaciones. El padre de las niñas me explicó que los ataques del clan Yiga cada vez son más comunes a lo largo de las tierras de Hyrule, pero que con él tenían un problema personal. Doriand había pertenecido con anterioridad a ese grupo rebelde y se infiltró en Kakariko para rebelarles información. Pero el amor de una mujer se impuso y poco a poco los fue dejando, acto que acabó con la vida de su mujer.
Me despedí de él agradeciendo su ayuda en el combate, a lo que me confesó que él puso allí los plátanos, ya que es la debilidad de los miembros del clan Yiga. Me dirigí, esta vez sí, a la posada para un merecido descanso, pero entre tanto alboroto olvidé mi pluma preferida en casa de Doriand. Y esto fue lo que me encontré.
Los cotilleos son mi día a día, pero debo reconocer que este ha estado cargadito de emociones y digno merecedor de convertirse en un best seller. En la próxima entrada os hablaré de lo que descubrí mientras me hacia la longis buscando a Rika, y os prometo que no os va a defraudar. Y recordad, las palabras se las llevará el viento, pero el viento me lo llevo yo.