[Artículo] Papá, cómprame una consola
Tener una videoconsola no es algo que todo el mundo pueda permitirse. Quizás ahora que muchos hayamos crecido, tengamos la total disponibilidad de nuestro propio dinero, y podamos comprar el trío de consolas que sale a la venta en cada generación, pero, ¿recordáis aquellos tiempos en los que dependíamos de nuestros padres para cualquier tipo de adquisición?
Desde bien pequeño, las maquinitas y los ordenadores captaron profundamente mi atención. Siempre me quedaba mirando como mi padre hacía cosas en ese monitor —en aquellos tiempo de gran profundidad—, todos los fines de semana. Por ello, un día que él no estaba en casa, supongo que trabajando, y mi madre había salido a hacer unos recados, me acerqué a este objeto para ver si entendía cómo funcionaba. Con poco esfuerzo conseguí encenderlo y ver como empezaba todo a trabajar, sin embargo, esa versión antigua de Windows que trabajaba con comandos era demasiado complicada para un niño de cuatro años que no sabía qué más tenía que hacer.
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Esa noche hablé con mis padre, y este accedió a darme permiso para utilizar el ordenador cuando quisiera, aunque debí prometerle que iba a tener cuidado. ¿Cuántos ordenadores le habré roto yo a mi padre incluso teniendo cuidado…?
Tras empezar a saber cómo se utilizaba, me pregunté qué más se podía hacer con él. Entonces, un día, al salir del colegio me fui a comer a casa de un amigo. Allí me enseñó como en su ordenador tenía un juego de construir una empresa. Yo, como podréis imaginar, me enamoré. ¿Se podían tener juegos en el ordenador? ¿Y por qué yo no sabía eso? ¿Por qué nosotros no teníamos juegos? Eran algunas de las preguntas que se me pasaron por la cabeza.
Así que al llegar a casa fui directo a hablar con mi padre. «Papá, quiero que me pongas juegos en el ordenador». Mi padre accedió con una condición, que estos fuesen educativos. Los juegos educativos están bien, y durante bastante tiempo los disfruté… pero cuando uno juega no es para aprender, por lo menos no es el primer objetivo, sino pasárselo bien, aislarse del mundo e imaginar que podemos hacer cualquier cosa.
Pasados unos años accedieron a comprarme una Game Boy Color con el Pokémon Amarillo, y fue en ese preciso instante cuando supe que jugar a juegos era una de las cosas que más me iban a gustar en toda mi vida, a pesar de que en aquella época yo tuve dicho juego y pocos más, quizás tres o cuatro en todos los años que duró la consola. Mis padres eran muy estrictos a la hora de comprarme alguno. Eran caros, y no querían que me pasara la vida delante de maquinitas, y mira que mi padre estuvo, durante muchos años enganchado al Pac Man.
Una de las razones por las que crecí como Nintendero fue el precio de sus consolas. Siempre fueron más baratas que las de la competencia. Por ello, cuando acabé algún curso, no recuerdo cual exactamente, pero debió de ser cuarto o quinto de primaria, pedí que me comprasen una Play Station 2. Era la que todos mis amigos tenían y de la que todos se intercambiaban juegos en los recreos. Sin embargo, cuando fuimos a la tienda y mis padres vieron que la diferencia de precio entre ambas era de más de 100 € me preguntaron si me importaría comprarme esa en vez de la que yo quería. A pesar de que el tono era interrogativo, yo sabía que en el fondo no había ningún tipo de pregunta, sino que si quería alguna iba a tener que ser la sobremesa de Nintendo. Así que, aunque un poco de mala gana, accedí.
Lo mismo pasó unos años después, yo me compré la Game Cube en sus últimos años de vida, con la Wii. A mí la que más me gustaba era la PS3, porque también era la que iban a tener todos mis amigos, pero por el precio, y esta vez no protesté, puesto que la diferencia era de más de 300 €, me compraron otra vez la consola de la Gran N.
Han pasado los años, y el acceso a dinero propio me facilitó poder comprar mis propias consolas, y fue así como al final me hice con la sobremesa de Sony.
¿A vosotros os compraban todas las consolas? ¿Y qué hacían vuestros padres cuando le pedíais un juego?