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[Artículo] Obsesión con un videojuego

Si ahora lo pienso, creo firmemente que tener una obsesión por un videojuego es algo malo. Pasar el umbral de tener ganas de jugar a tener la necesidad de jugar es algo que debería preocupar a todo jugador que se precie. Esto no es más que un hobby y como tal se debe de tratar. No obstante, cuando era más joven yo sí que tuve obsesiones por cierta saga de videojuegos. Eso sí, lo bueno de tener estas ofuscacoines siendo pequeño es que no entra en conflicto con todas las responsabilidades que una vez que creces van apareciendo en tu vida.

Hoy ya no me pasa. Concibo este mundillo desde el punto de vista del entretenimiento y, desde hace unos meses que empecé a escribir aquí, desde el de la escritura y la comunicación. Sin embargo, si echo la vista hacia atrás aparece en mi mente de forma muy clara esa saga con la que estuve totalmente ofuscado en una época: Pokémon. Y no, no me estoy refiriendo a la época en la que pude jugar competitivamente, sino a aquella en la que no era más que un niño que se paseaba por los pasillos de un colegio de primaria de Alicante (aunque bueno, podemos decir que hasta los primeros años de instituto esta obsesión se mantuvo).

Recuerdo esa época con añoranza. Cada vez que salía un juego de esta saga yo era el primero en la fila para comprarlo. Si no recuerdo mal, hace años la saga no era anual, sino que entre cada entrega había un prolongado espacio de tiempo (aunque no soy capaz de acordare de cuantos).

La cosa es que yo tenía una costumbre que a algunos os parecerá tétrica, como me lo parece a mí ahora que ha pasado tanto el tiempo. Pero oye, solo se es niño una vez y hay que disfrutar de esa ilusión que solo somos capaces de desbordar durante los primeros años de nuestra vida.

Cada vez que se preparaba el lanzamiento de una nueva entrega de esta saga yo hacía una cuenta atrás. Pero no una cuenta atrás de días, no. Mi reloj era mucho más exacto que eso. Contaba los días, horas, minutos y segundos que faltaba para que abriesen la tienda y pudiese tener mi ejemplar. La gente a mi alrededor alucinaba como podéis imaginaros. Me acuerdo que la situación se convirtió en algo tan normal que no era difícil descubrir a amigos preguntándome cuanto tiempo faltaba para la salida.

Sí. Tenía una obsesión, pero es que las ilusiones son buenas. Cuando el reloj estaba próximo a llegar a cero me costaba hasta poder conciliar el sueño. La noche anterior era una tortura en ese sentido. Quería que llegase el día y poder introducir el cartucho en mi Game Boy. El problema era que, como sabéis, los lanzamientos se hacen en viernes (y si los tienes reservados igual llegan miércoles o jueves), día lectivo en el cual un chavalín como yo tenía que ir a las tediosas clases de primaria que abarcaban desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde.

Si ya era tortuosa todos esos días contando hacia atrás, contar las clases que faltaban para que llegase mi madre a la puerta del colegio y me enseñara la caja del videojuego era algo más duradero que la eternidad.

Creo que la ilusión me duró hasta Pokémon Esmeralda. A partir de ahí mi interés fue decayendo. En parte porque me mudé y porque ya no tenía a los amigos de toda la vida con quien jugar, en parte porque fui descubriendo nuevas sagas que me empezaron a llamar, también porque me inicié en el competitivo, lo cual mató la gracia de la aventura principal. Y para qué engañarnos, conforme creces te cuesta ilusionarte con la fuerza de un niño.

Desde entonces no le he dado la espalda a la saga. He jugado todas las versiones principales y alguno de los spin-off que vieron la luz. Si bien es cierto que solo me convencieron sus primeras entregas, creo que le dan un buen soplo de aire fresco a una saga que está pidiendo a gritos un año de descanso.

Espero que Game Freak escuche las palabras de uno de los mayores fans que ha tenido y que dé a la saga un par de años de descanso para que pueda volver con fuerzas renovadas.

¿Y vosotros os habéis obsesionado alguna vez con algún juego o saga? Dejádnoslos en los comentarios.