[Artículo] Cuando las consolas no tenían retroiluminación
Una noche cualquiera llegas a casa destrozado tras una exigente jornada de estudio, de trabajo o incluso de entrenamiento deportivo. El cansancio es muy intenso tanto a nivel físico como a nivel mental. Lo único que se te pasa por la cabeza son las ganas que tienes de desconectar. Y lo sabes, sabes que meterte debajo de las mantas de tu cama, apagar las luces y coger tu Nintendo 3DS es una de las opciones más apetecible en estos momentos.
¿Quién no ha vivido una experiencia similar?
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Con el lanzamiento de New Nintendo 3DS tendremos la primera consola portátil de Nintendo que tiene autoregulación de la retroiluminación de la pantalla, es decir, para que nos entendamos, que la consola es capaz de ajustar el brillo por sí misma para adaptarlas a las condiciones de luminosidad del exterior gracias al a implementación de unos sensores.
No es nada del otro mundo. Todos nuestros móviles hoy en día los llevan y nos parece lo más normal del mundo que si estamos en la cama twitteando a oscuras el brillo de la pantalla sea inferior a si estamos en la calle a pleno sol.
¿Por qué os he soltado estos párrafos? Pues ha sido porque me he levantado un tanto melancólico y me he puesto a recordar aquellas partidas que jugaba de niño a mis videoconsolas portátiles antiguas: Game Boy, Game Boy Color, Game Boy Advance… Y debido a ello mi cabeza ha divagado hasta detenerse en los recuerdos que mantenían guardados las maneras más estrambóticas que utilizábamos tanto mis amigos como yo en nuestra infancia para jugar a una partida cuando el sol ya se había puesto.
Empecemos por una fácil que todos los veteranos habremos empleado en más de una ocasión. La linterna en la cama. Cuando éramos más pequeños muchos de nosotros sufrimos en nuestras carnes el hecho de que nuestros padres no nos dejasen jugar más de un determinado tiempo a nuestra consola favorita. El salón dejaba de ser una opción para continuar la partida del Pokémon o Mario de marras y una retirada al cuarto era la salida predilecta. Pero claro, el uso de la luz en esa circunstancia no haría más que delatar nuestra jugada por lo que muchos de nosotros optábamos por disfrutar de una partida bajo las sábanas a la luz de la linterna. ¿Romántico verdad?
Pero ojo, más mérito tenían esos viajes en coche en los que o no había luz suficiente para poder ver la pantalla o el sol se levantaba gracioso y se dedicaba a lanzar reflejos contra todos los ángulos de visión posible haciendo imposible jugar. Tenías dos opciones, o encender la luz interior del vehículo y hacer juegos malabares con tu Game Boy para que, con suerte, pudieses verla o, si el caso era el de los reflejos, lo que yo intentaba era colocar la cabeza en una posición que tapase el sol y de esta forma ni un ápice de sus rayos me estropease la experiencia. Sí, tenéis razón. Ninguna solía funcionar.
No puedo dejar pasar la ocasión de hacer una mención especial a una de las situaciones más surrealistas que he vivido en mi infancia. Y no una vez no, sino muchas. Prácticamente era algo rutinario las noches de los fines de semana o las madrugadas de los verano.
En la urbanización donde vivíamos las farolas brillaban por su ausencia y las pocas que habían no nos ofrecían luz suficiente para poder jugar. Sin embargo, en una pequeña zona de parque para niños, sí, ya sabéis toboganes, columpios y todas esas cosas, habían una serie de luces a ras de suelo que ofrecían una iluminación decente. Por ello todos los niños que jugábamos nos tirábamos al lado de ellas aprovechando sus destellos para jugar. ¿Cuántos combates Pokémon habré jugado en mi vida así? ¿Cuántas carreras a F-Zero? ¿Y cuántas veces el Final Boss de Golden Sun me habrá vapuleado bajo esa luz. Incontables.
Desde Nintenderos estamos expectantes de conocer algunas de vuestras anécdotas jugando a las Game Boy originales, a la Pocket, a la Color o a la Advance. Cualquier cosa nos vale, así que esperamos ávidos vuestros comentarios.
Esperamos haberos hecho pasar un buen rato con este artículo y, ya sabéis, nos vemos en el próximo.